viernes, septiembre 16, 2011

Cuando Salomón se abstiene


Resulta curioso cuando las parejas van a divorciarse y tienen hijos en común, cómo éstos pasan a percibirse como propiedad de alguno de los progenitores (normalmente la madre). Como propiedad, y como si fueran un premio.

Carnaza pura para la lucha de los adultos por su ego. Argumentos para despedazar a aquella persona a la que un día se quiso, perdiendo el norte de la situación hasta tal punto que los hijos se convierten en moneda de cambio, en chivos expiatorios.

Y es que ya apenas planteada la finalización de la relación, se empieza a pelear por quién de los dos tiene más derecho a tener la Custodia. Porque cuando eres una madre con el ego hundido por un divorcio que no has pedido tú (o precisamente por pedirlo), no puedes permitir que esos hijos en común no te pertenezcan. Incluso le haces un favor al padre si permites que éste disfrute de un tiempo con sus hijos.

Parece complejo, pues, discernir entre la ruptura de la pareja y la relación paterno-filial. Comprender que los niños siguen teniendo dos progenitores, y el mismo derecho a poder disfrutar de ambos. Comprender que impedirlo no hace más que dañar el buen desarrollo socio-afectivo de los mismos, bajo el falaz argumento de que se vela por sus intereses.


La lucha por la Guarda y Custodia, pues, no debería ser más que una puesta en común de los beneficios que conllevaría para los menores una u otra alternativa.

No consiste en un concurso en el que ha de ganar el mejor, en el que el premiado tortura al perdedor. Es buscar la mayor estabilidad y bienestar posible para los hijos, bien con uno, bien con ambos progenitores. Y siempre con el firme objetivo de beneficiar a los pequeños en la totalidad de las medidas acordadas.

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